viernes, 25 de noviembre de 2011
viernes, 18 de noviembre de 2011
Alaba a Dios
Alabar a Dios es reconocer y confesar su grandeza y su poder, que superan con creces nuestras capacidades humanas.
Alabamos a Dios por las maravillas de la creación, la inmensa variedad y
hermosura de todo cuanto existe, y el milagro palpitante de la vida.
Alabamos a Dios por los grandes momentos de la historia de la salvación:
la elección de Abraham, la liberación de Egipto, la entrada a la tierra
prometida, la alianza, el reinado de David, la vuelta del destierro, la
promesa mesiánica, los profetas.
Alabamos a Dios por habernos enviado a su amado Hijo Jesucristo, por el
milagro de la Encarnación, por todas las manifestaciones de amor y
misericordia de Jesús, el Hijo de Dios, por el testimonio de su amor a
través de la pasión y muerte en cruz, por su victoriosa Resurrección y
Ascensión al cielo.
Alabamos a Dios por el Espíritu Santo, por la Iglesia, el nuevo pueblo
de Dios, por los sacramentos, por el don de la Palabra de Dios, por
María, la Virgen, nuestra buena madre.
Alabamos a Dios por nuestra propia historia personal que es también
historia de salvación y de gracia, por habernos llamado y escogido, por
habernos concedido el don precioso de la fe, por el perdón de nuestros
pecados y por su gran misericordia.
Alabamos a Dios por todos los detalles de nuestra vida, nuestras
familias, el trabajo, nuestros estudios, los amigos, por los pequeños
acontecimientos diarios a través de los cuales sentimos su mano amable y
su bendición.
Alabamos a Dios también por nuestros problemas y dificultades, por las
circunstancias difíciles de nuestra vida. Sabemos que Dios tiene un plan
de amor para con nosotros, y que todo lo ordena para nuestro mayor
bien. El amor providente de Dios siempre nos auxilia, aunque pasemos por
quebradas oscuras.
Alabamos a Dios por todo lo hermoso, lo verdadero, lo puro, lo noble que
hay en el mundo: el avance de la ciencia y de la tecnología, el
nacimiento de un niño, la sonrisa de un anciano, el trabajo de unos
voluntarios en el campo de la solidaridad, la paz entre las naciones.
La oración de alabanza es, ciertamente, poderosa: acrecienta nuestra fe y
nuestra confianza en Dios, abre el tesoro de las bendiciones divinas,
infunde una paz profunda en el corazón del creyente, trae fortaleza y
luz, y es fuente inagotable de grandes gracias para el mundo.
Todo ser que respira alabe al Señor, Aleluya (Salmo 150)
viernes, 11 de noviembre de 2011
sábado, 5 de noviembre de 2011
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